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Mes a mes viendo con Lupus EN 2022, ABRIL

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Mes a mes viviendo con lupus en el 2022, nos trae en este mes de Abril la historia una paciente de lupus y socia de ACLEG.

Me llamo Ángela Landete y soy licenciada en Filología Inglesa. Estudié con la gran ilusión de ser un día profesora, de compartir lo que había aprendido y, principalmente, de extender mi pasión por el inglés. Por el idioma en sí. Tardé tiempo, casi veinte años, pero lo conseguí. Tras dos décadas dedicadas a multinacionales farmacéuticas y a la traducción de textos médicos, un buen día empecé a trabajar en una modesta academia de idiomas cerca de casa. Partamos del punto de que no soy ambiciosa y aquello supuso para mí un sueño hecho realidad: horario de tarde que me permitía estar con mis hijos durante toda la jornada escolar, premisa primordial en mi vida; a cinco minutos caminando desde mi puerta, con la consecuente ventaja de tiempo y dinero en transporte; vacaciones a la par con las de mis pequeños; y, sobre todo, ejercer la docencia.

 

Me fascinaba mantener largas conversaciones en inglés tanto con adolescentes como con adultos, tocara el tema que tocara: música, cine, literatura, ocio o incluso cuestiones de mayor polémica como, por ejemplo, la política de actualidad, asuntos locales o los presupuestos de nuestro ayuntamiento. Sentía pasión cuando les abría el camino a las normas gramaticales, tan sencillas comparadas con las del castellano o el catalán, o cuando me preguntaban vocabulario y yo solventaba sus dudas…

 

Pero un día el dolor decidió llamar a mi puerta. Y también a mi rodilla derecha, después la izquierda, el codo, las muñecas, los dedos, las cervicales, la cabeza… Empecé a dormir mal, no sabía en qué postura ponerme para conciliar el sueño. Me salió una enorme mancha oscura en la cara y creí con ingenuidad que se debía al sol o a los embarazos, mas no era una mancha sino despigmentación; mi rostro se asemejaba a un mapa, con zonas más oscuras simbolizando la tierra, más claras simbolizando el océano. Yo no pertenezco a ninguna mutua y la seguridad social es eficiente pero lenta, debido a la cantidad de gente que han de atender. Una prueba tras otra, un especialista tras otro, salas y salas de espera… hasta que me diagnosticaros lupus. Seis meses después se añadió la fibromialgia y, por último, la fatiga crónica.

 

Impartir clases habiendo dormido mal, con migraña o cansancio era un suplicio. No me sentaba en la silla sino que literalmente me dejaba caer en ella. Ya no me apetecía conversar con los alumnos, no quería que me contasen nada, necesitaba silencio. Desarrollé una hipersensibilidad a la luz y al sonido, con lo cual las voces me parecían gritos, los gritos de los más pequeños perforaban mis oídos. Una tarde no pude contener las lágrimas de impotencia en una clase compuesta de nueve niños y niñas de diez años. Perdí la chispa necesaria para atraer y envolver a los alumnos y mi ilusión de enseñar se convirtió en una auténtica tortura.

 

Sin embargo, saqué fuerzas de flaqueza e, ignorando las advertencias de mi doctora de cabecera, continué trabajando, salvo los peores días que me obligaban a guardar cama. Continué “mal trabajando”, mejor dicho. El momento más significativo, más embarazoso y que jamás olvidaré, fue cuando un alumno adulto me hizo una pregunta sencilla de vocabulario. Sencilla, pero me quedé en blanco. No pude responder, no podía pensar y —ante las miradas atónitas de los allí sentados— solo quería llorar, aunque entonces sí me contuve. Ese fue el motivo que me hizo claudicar y solicitar la baja laboral, un período que, si bien con altibajos, duró cerca de un lustro.

 

Ahora siento que he renacido. Habiendo dejado atrás una larga depresión, sigo ejerciendo de filóloga aunque de otra manera: escribiendo. Veo este camino como una nueva parte de mi vida y ya no pienso en el dolor, la neblina o el cansancio sino en mi próximo relato o en las palabras que nacen de una bella imagen natural.